El momento de juego libre es necesario para cualquier niño o
niña; ese momento en el que nadie le condiciona ni le propone, todo queda en
sus manos. Es entonces cuando recurren a lo que tienen a su alrededor, dejan
volar su imaginación, se les ocurren cosas increíbles y pueden investigar en
aquellas aficiones que parecen tener.
En el aula, ese momento es muy importante y el espacio que
construimos, debe ser adecuado y estar adaptado a los intereses que van
demostrando; por eso, es necesario que sea un espacio cambiante, con unos
materiales que van evolucionando y que responden a las habilidades que los
niños y niñas quieren desarrollar, y al tipo de actividad que pretenden
realizar. En ese momento, cada persona hace lo que quiere, utiliza los
materiales que necesita, se relaciona con quien le apetece y cambia de juego
tantas veces como quiera; y precisamente en ese momento, los adultos podemos
apreciar por dónde van los intereses de cada niño y niña, hacia dónde pretender
ir y cómo podemos ayudarles para que su actividad sea más rica y consciente. Debe
ser una intervención sutil, respetuosa y nunca desde la posición de adulto que
sabe más que el niño o niña.
En nuestro aula, han ido surgiendo nuevos espacios, nuevas
actividades, nuevas inquietudes; tomamos decisiones sobre lo que queremos y
aterrizamos para tratar de conseguirlo de manera planificada: elegimos qué
queremos construir, diseñamos cómo queremos que sea y lo llevamos a la
práctica. Así, ahora ya tenemos una biblioteca de aula, un espacio para jugar
al teatro, otro para pintar, una tienda para comprar,...más todo aquello que
ocurre de manera espontánea y puntual, que les sirve para un solo día y que a
veces, a los adultos se nos escapa…
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